Había una familia de clase media que disciplinadamente había adquirido su hogar propio. Era una modesta casita en la cual a base de sacrificios habían ido ampliando a medida que la familia crecía. Ya cuando habían convertido la casa en una acogedora mansión. Comenzaron a hallar la casa pequeña, incómoda, mal ubicada… Sin saberlo, estaban sintiéndose cada vez más descontentos en aquella vivienda.
Cuando el descontento había llegado a su punto intolerable, decidieron hacer algo al respecto. La casa se ponía a la venta y con el dinero de esta comprarían en una casa ideal. Pusieron un letrero frente a la casa, pero el tiempo pasaba y no se asomaban ni un interesado. Como el descontento ya se hacía insoportable y se quejaban entre los miembros de la familia, decidieron buscar ayuda profesional.
El corredor de bienes raíces vino a visitarlo. Para hablar sobre la venta de la casa y la compra de la casa de sus sueños. El padre de familia. Le expuso cómo era la casa que ellos deseaban adquirir detalladamente, le dijeron. La cantidad de dormitorios, cuántos baños debía tener. Además, querían que de surgir una casa a la venta. Con esas cualidades les informará inmediatamente, ya que les urgía mudarse a una casa más amplia, aunque la venta de esta se demorara un poco más.
Al cabo de unos pocos días. Mientras el padre de la familia leía el periódico en la oficina, vio un anuncio de una casa con las características que él y su familia deseaban. Enseguida llamó a la esposa para darle la buena nueva. Ella le preguntó por el nombre del vendedor y él le respondió que era una empresa de bienes raíces. ¡La misma compañía que estaba a cargo de buscarle su nueva casa!
El hombre llamó muy disgustado al corredor de bienes raíces y lo reclamó porque no le había avisado de aquella fabulosa residencia que estaba anunciada y que se adaptaba perfectamente a las necesidades suyas y de su familia. El corredor, un tanto perplejo, le indicó a que el furibundo cliente que aquella casa que estaba anunciado en el periódico ¡era la suya!
Frecuentemente, me encuentro con personas que se tratan en unas metas en su vida. Y se afanan por conseguirlas. Encuentro que eso es muy saludable para la autorrealización humana. Sin embargo, a veces también tenemos unas aspiraciones que están bastante desenfocadas. Digo desenfocadas porque ignoramos una realidad muy básica y sencilla que consiste en reconocer qué y quiénes somos, en lugar de tratar de formarnos o hallar nuestra identidad por las cosas que hacemos o en las cosas que poseemos.
Como cristianos somos descritos de muchas maneras en las Sagradas Escrituras: “Linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios”. También se nos dice que somos “hechura suya creada en Cristo Jesús”. Y aún el mismo Jesús nos llama amigos y hermanos. Pero olvidando estas frases que nos describen de la manera como Dios nos ve, procuramos ser otra cosa o aun hacer algo que, aunque parezca ridículo, suele ser muy frecuente: Tratamos de ser lo que ya somos.
-- Basilio Guzmán
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Cuando el descontento había llegado a su punto intolerable, decidieron hacer algo al respecto. La casa se ponía a la venta y con el dinero de esta comprarían en una casa ideal. Pusieron un letrero frente a la casa, pero el tiempo pasaba y no se asomaban ni un interesado. Como el descontento ya se hacía insoportable y se quejaban entre los miembros de la familia, decidieron buscar ayuda profesional.
El corredor de bienes raíces vino a visitarlo. Para hablar sobre la venta de la casa y la compra de la casa de sus sueños. El padre de familia. Le expuso cómo era la casa que ellos deseaban adquirir detalladamente, le dijeron. La cantidad de dormitorios, cuántos baños debía tener. Además, querían que de surgir una casa a la venta. Con esas cualidades les informará inmediatamente, ya que les urgía mudarse a una casa más amplia, aunque la venta de esta se demorara un poco más.
Al cabo de unos pocos días. Mientras el padre de la familia leía el periódico en la oficina, vio un anuncio de una casa con las características que él y su familia deseaban. Enseguida llamó a la esposa para darle la buena nueva. Ella le preguntó por el nombre del vendedor y él le respondió que era una empresa de bienes raíces. ¡La misma compañía que estaba a cargo de buscarle su nueva casa!
El hombre llamó muy disgustado al corredor de bienes raíces y lo reclamó porque no le había avisado de aquella fabulosa residencia que estaba anunciada y que se adaptaba perfectamente a las necesidades suyas y de su familia. El corredor, un tanto perplejo, le indicó a que el furibundo cliente que aquella casa que estaba anunciado en el periódico ¡era la suya!
Frecuentemente, me encuentro con personas que se tratan en unas metas en su vida. Y se afanan por conseguirlas. Encuentro que eso es muy saludable para la autorrealización humana. Sin embargo, a veces también tenemos unas aspiraciones que están bastante desenfocadas. Digo desenfocadas porque ignoramos una realidad muy básica y sencilla que consiste en reconocer qué y quiénes somos, en lugar de tratar de formarnos o hallar nuestra identidad por las cosas que hacemos o en las cosas que poseemos.
Como cristianos somos descritos de muchas maneras en las Sagradas Escrituras: “Linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios”. También se nos dice que somos “hechura suya creada en Cristo Jesús”. Y aún el mismo Jesús nos llama amigos y hermanos. Pero olvidando estas frases que nos describen de la manera como Dios nos ve, procuramos ser otra cosa o aun hacer algo que, aunque parezca ridículo, suele ser muy frecuente: Tratamos de ser lo que ya somos.
-- Basilio Guzmán
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