Nuestro lado oscuro

Jesús acusado frente a Poncio Pilato

Toda historia épica tiene como mínimo un héroe y un villano. Cuando leemos este tipo de historias o las vemos en la cinematografía o narradas en la radio, solemos identificarnos con los héroes y aborrecemos a los “malos”.

Puedes estar tranquilo porque no voy a criticarte porque yo también tengo esa marcada tendencia a identificarme con el héroe. Sin embargo, cuando miro con detenimiento mi trayectoria y mis acciones pasadas, la realidad es que tengo que reconocer que he sido el villano en muchas ocasiones.

No sé si te pasa lo mismo, pero cuando llegamos al punto de ser honestos con nosotros mismos, podemos identificar esta tendencia y reconocer que, en muchas ocasiones, somos condescendientes y generosos con nosotros mismos mientras somos críticos y punitivos con nuestros semejantes.

Hace falta valor para mirarnos por dentro y encontrar el Caín que está oculto y que se manifiesta a la menor provocación. También pudiéramos encontrarnos entre la multitud que gritaba: “¡Crucifícalo!, ¡Crucifícalo!” o “¡Hail, Hitler!”, por más que pensemos que algo así sería inaceptable.

Mientras nos mantengamos ubicados en el extremo de nuestra comodidad y la pereza cognitiva que nos impide rechazar lo más oscuro de nuestra naturaleza humana, seguiremos ocupando el rol de villanos en nuestra propia historia.

Si no tomamos conciencia de la fuerza que ejercen nuestras debilidades y naturaleza pecaminosa, estaremos rememorando historias de grandes héroes a los cuales admiramos, pero muy rara vez imitamos.

Definitivamente no somos tan buenos como pretendemos ser.