Como león rugiente

“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; 9 al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo”.
(1 Pedro 5:8, 9).

Antes de esta advertencia, el autor nos instruye a realizar acciones que nos acercan a Dios. Pedro nos dijo: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”. (1 Pedro 5:6, 7).

La figura del león emerge amenazante y es natural porque siendo una fiera salvaje tiene que satisfacer su apetito comiendo carne de cualquier tipo que encuentre.

Alrededor

A pesar de su ferocidad, el león es sabio y no se inserta en un grupo de los animales que quiere comer. Más bien se mantiene en los alrededores observando y fijándose en aquella presa sobre la cual va a caer.

Buscando

Ese trabajo de inteligencia que hace a una distancia prudente le da el tiempo suficiente para fijarse en aquella presa que muestra alguna debilidad o dificultad para defenderse.

Los débiles y solitarios

Llegado a este punto, ya está decidido cuál es la presa específica sobre la cual va el león. Usualmente se trata de aquellos más débiles y solitarios que se mantienen alejados del resto del grupo.

Es usual que nos alejemos de los demás y entremos en el ostracismo cuando hemos sido lastimados, heridos u ofendidos de forma directa o de forma percibida por nosotros mismos, lo cual nos coloca en un sitial de vulnerabilidad frente a la fiera.

Estar en amistad y compañerismo con los demás no es una cosa de diplomacia, sino de supervivencia. Somos protección para el grupo y el grupo es protección para nosotros.

Aquí debo dar vuelta hasta el mismo inicio donde el apóstol Pedro nos exhorta a vivir humillados debajo de la mano poderosa de Dios reconociendo nuestra necesidad y nuestra fragilidad delante de él. No es algo opcional que podemos hacer o no hacer. Es el fundamento sobre el cual descansa la protección que Dios nos brinda frente a las amenazas de un mundo hostil y peligroso.

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