"Y hablando entre ellos, dijeron: “Es obvio que estamos pagando por lo que le hicimos hace tiempo a José. Vimos su angustia cuando rogaba por su vida, pero no quisimos escucharlo. Por eso ahora tenemos este problema. ¿No les dije yo que no pecaran contra el muchacho? —Preguntó Rubén—. Pero ustedes no me hicieron caso, ¡y ahora tenemos que responder por su sangre!”.
-Génesis 42:21, 22.
Ahora es cuando realmente adquiere sentido todo lo ocurrido anteriormente. Ya José se había convertido en el hombre poderoso que había visto en sus sueños. Casi de forma lógica se fue desarrollando la serie de acontecimientos que llevaría a que las espigas del primer sueño se inclinaran delante de él. Eso sucedió cuando sus hermanos fueron a Egipto a comprar granos la primera vez. El soñador de la túnica de colores tenía ahora el poder de desatar su terrible venganza contra todos los que le hicieron mal.
Lo sorprendente es que no hubo tales actos de venganza. No se le pagó a nadie de acuerdo a lo malo que había hecho. No se devolvió el golpe traicionero. Ni siquiera hubo reproches ni culpas ni acusaciones.
En cambio, José llevó a cabo un ajuste de cuentas que, con toda precisión, se pudiera describir como elegante.
Esa lección que llevó a cabo, no tiene comparación alguna con lo que cualquiera que haya pasado lo que él paso, hubiera hecho.
Es en esta etapa de la historia de José que se demuestra su carácter afable y templado de una manera inequívoca.
¿Qué pudo haber causado que él actuara en la forma en que lo hizo?
Hubo una sola cosa que mantuvo a José en el camino recto a través de toda su odisea, que lo mantuvo, además, libre de recoger un bagaje innecesario e inútil para la grandeza que le esperaba. Se mantuvo fiel a Dios y a sus promesas, con la firmeza de carácter que le sostuvo y le guio todo el camino hasta el mismísimo trono de Egipto.
Usualmente las personas se llenan de amargura, rencor y hasta de ingratitud al atravesar el valle de sombra de muerte. Ese no fue el caso de José.
Esas cosas son las que marcan a muchos líderes que, cuando llegan a ostentar una posición de autoridad, se comportan de una manera despótica, abusiva, áspera en el trato o, en el mejor de los casos, distantes y aislados de aquellos a los que deben servir con amor y por amor.
Algunos líderes desarrollan una rutina de venganza y se ocupan en retribuir por sus propios medios, a aquellos que en algún momento de su caminar hacia el palacio, le fueron obstáculo de forma deliberada o accidentalmente. ¡Cuántos líderes amargados echan a perder las obras de grandeza que pudieran realizar!
Esa amargura frecuentemente sobrepasa el talento y la experiencia que pudieran haber adquirido con el paso del tiempo y a través de condiciones hostiles.
Puede que se manifiesten amables cuando el ambiente es propicio, pero cuando llega la presión, el desacuerdo o tienen que enfrentar la oposición, actúan de acuerdo con la amargura que albergan en el interior y desatan su furia contra todos los que se encuentran a su paso, sin distinguir entre líderes ni subordinados.
¿Cómo usó José su poder para enfrentar a sus desleales hermanos? Aquellos fueron los mismos que lo habían mirado con envidia, lo trataron de forma desleal, lo menospreciaron y lo separaron de su tierra y su familia.
Todo ese poder lo usó con la sabiduría que Dios le dio, porque reconoció que todo lo malo que habían hecho en su contra, había sido usado por Dios para cumplir su propósito.
José comprendió que ese propósito divino era mayor que su familia, su sufrimiento y sus circunstancias. Era mayor que él mismo y reconocerlo de esa forma tan humilde, le abría las puertas hacia la verdadera grandeza.
Durante sus años mozos, eran sus hermanos mayores los que llevaban el rumbo de la familia; ahora José tenía el poder de dictar el destino para el cual había sido señalado.
Las reglas del juego ahora eran puestas por él y no había modo de perder. Sus hermanos mayores se sometían a los dictados de aquel joven al cual vendieron con descuento varios años antes. Se estaba cumpliendo el primer sueño.
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