Alcancías vivientes

Mencioné de pasada en un capítulo anterior, a las alcancías vivientes. Ahora quiero ser más descriptivo de lo que son estos seres, casi invisibles para el sistema que se autoproclama como defensor heroico de los derechos de ellos. Son los hijos menores de edad que sufren por causa de la separación y divorcio de los padres.

Evidentemente, los hijos tienen unos derechos naturales y legales que deben salvaguardarse, tanto por el sistema legal como por los mismos padres. Ese deber uno lo contrae consciente o inconscientemente cuando procrea, indistintamente del estado civil en que lo haga y de la relación que tenga con su pareja.

Los padres de familia normales, proveen sustento en forma de vivienda más o menos segura, alimento, ropa, educación, etc. Es una obligación que se contrae, porque las obligaciones se asumen, no se imponen. Así comienza un proceso de crianza que se extiende por muchos años, aún más allá de la mayoría de edad legal. Uno lo hace gustosamente y de manera natural, sin que se sienta uno forzado a ello.

Cierto que no todos los padres, tanto los varones como las hembras, piensan o actúan de esa manera ideal, pero eso no le da el derecho al sistema judicial a tratar a todos los padres, especialmente a los varones, como si en realidad fueran irresponsables. Es la norma. Es un prejuicio que permea tanto dentro de los tribunales, así como en la Administración para el Sustento de Menores (Asume). Se detecta fácilmente en la manera de hablar, de tratar y de denigrar a los padres no custodios, que vienen obligados a aportar económicamente para el sustento de los hijos menores, luego de un divorcio o procreados fuera del matrimonio.

Pero eso es tema de otro libro. Aquí no ocuparemos de ver la forma y manera en cómo se trata con los menores en sí, la forma para referirse a ellos y, finalmente, descubrir una realidad latente y patente: no son seres humanos desprovistos del cuidado de sus padres, sino alcancías, cuya existencia depende únicamente del dinero.

Nada más importa

Nada importa más que el bienestar de los hijos, especialmente cuando son pequeños. Con las mismas palabras, en ese orden, los padres responsables mantienen a sus hijos. Pero el sistema de justicia invierte las tres palabras para que recibas el mensaje de que nada más importa, cuando se trata de los mismos hijos de padres responsables. Solo importa el dinero, la cantidad y la frecuencia de dar el dinero para el sustento de los hijos del divorcio.

Otras consideraciones carecen totalmente de importancia. Las relaciones con los padres no custodios, el bienestar emocional, el desarrollo afectivo, tener un modelo de su mismo género que le guíe en su desarrollo hacia la adultez, son cosas que a los jueces, trabajadores sociales y Asume, le vale madre. En el sistema judicial de este país, las personas tienen que rogar, mejor aún suplicar por los derechos; de otro modo se queda desprovisto de acción favorable. Para una persona que no tiene conocimiento de las leyes y tampoco tiene recursos para contratar a un abogado, la justicia le queda vedada.

Esa fue la puerta amplia que utilizó mi pareja para tomar mucha ventaja. No sé todavía si aprendió a hacer todo lo que hizo, o si contó con el “coaching” de su abogado, pero desde el mismo principio se apropió de la maquinaria del omnipresente sistema judicial para fastidiarme. Como si eso hubiera sido poco, de alguna manera se las arregló para que los niños “decidieran” dejar de relacionarse conmigo. El sistema legal les otorga a ellos el derecho de decidir, a partir de los catorce años de edad, si quieren o no relacionarse con el padre que no vive con ellos.

La obligación se circunscribe a aportar dinero a unas alcancías que, además de haber sido denigradas por un sistema deshumanizante, también son invisibles. Pero nada más importa para el sistema. Solamente el frío, muerto y sucio dinero. Dinero que no tienes; dinero que no llega; dinero que te impiden ganar. Dinero que, como yo, cometes el imperdonable error de querer ganarlo de manera honrada y digna. La Ley de Asume parte de la premisa que tienes que recibir dinero del crimen o hacer algo ilegal para obtenerlo y, además, buscará la forma de privarte de obtenerlo por medios legítimos. Nada más importa.

Increíblemente, hubo varios años en los cuales aporté poco o nada al sustento de mis hijos; durante ese tiempo no pasó nada. Nadie fue al tribunal a exigir, con toda razón, el sustento de los niños. Es así como actúan las madres abnegadas. Esos años fueron la demostración de que lo único que le importó era fastidiarme. Para con los niños, nada más importa, excepto todo aquello que les impida relacionarse conmigo, tener la verdad de los hechos que llevaron a nuestra separación y presentarse ante ellos como si ella fuera la madre Teresa 2.0, revisada, ampliada y mejorada.

Sucedió que, cuando estaba recuperándome de la racha de encarcelamientos, pérdida de empleo y, evidentemente, pérdida de ingresos económicos, pude reanudar las aportaciones a la pensión alimentaria. Era el año 2008, cuando estaba estudiando en el colegio y me gradué como ingeniero de sistemas. En esa y otras ocasiones anteriores, cuando acudí al tribunal, siempre era la misma cosa: “No es suficiente”. Cualquier persona sabe la diferencia entre algo y nada, excepto aquel juez. La única alternativa siempre fue arrojarme a la cárcel, porque nunca era suficiente, aunque estando en la cárcel no podía aportar nada, cero.

Claro que mis familiares y amigos se volvían como locos y juntaban alguna cantidad de dinero para que yo saliera de la cárcel, para comenzar de nuevo. Aun así los recursos y las oportunidades seguían siendo limitadas para mí. Pero nada era suficiente, porque nada más importa.

- Basilio Guzmán

(Capítulo 10 - Odisea Maldita: Un viaje por el sistema de iNjusticia)

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