Vivir como si fuera el último día, es una frase que encuentro en los perfiles de muchos amigos y amigas en internet. Es como si fuera su grito de guerra, su declaración de propósito o algo por el estilo. Pero, ¿qué significa la frase en realidad? Pues, lamentablemente, significa baile, fiesta, "jangueo", más fiesta, sexo libre, relaciones "abiertas", otra fiesta... Todo se vale, siempre y cuando produzca placer. Ese hedonismo desenfrenado es lo que realmente se esconde detrás de la célebre frase.
Increíblemente, en nuestras iglesias se ha filtrado una cierta dosis de ese hedonismo irresponsable, dándole al entretenimiento un sitial por encima del crecimiento en la fe, el compromiso de cumplir con la gran comisión o lograr una educación que nos capacite para el ministerio. Nos sentimos con "derecho" a divertirnos, mientras nuestros hermanos cristianos en otros lugares del mundo, ni siquiera gozan de la libertad de leer una Biblia, o reunirse públicamente. Pero eso puede cambiar…
En las semanas y meses luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre, de forma milagrosa, miles de personas hallaron tiempo para asistir nuevamente a las iglesias. Es como si a los días siguientes de los ataques se le hubieran añadido, al menos, cuatro horas adicionales. Pero no fue así. Los viejos días de antes, los de 24 horas, eran los mismos de ese tiempo.
Lo que sucedió es que los ataques estremecieron las fibras de algunos corazones que se habían endurecido, o enfriado. Las razones o excusas para no acercarse a la casa de Dios, y por supuesto, a Dios mismo, cayeron como inútiles e ineficaces ante lo que parecían ser los tiempos del fin.
Pasaron los primeros meses y ahora que han pasado varios años, hemos vuelto a la misma frialdad, insensibilidad e indiferencia de los tiempos de antaño. Se me ocurre preguntar, ¿qué es lo que nos mueve? ¿el miedo? ¿la posibilidad de ir al infierno? ¿un corazón agradecido de Dios? Obviamente, esa respuesta es tan individual como las huellas digitales. Seguimos con las mismas excusas para no estar en el centro de la voluntad de Dios y eso se refleja en las cosas que hacemos y en las que no hacemos y debiéramos hacer.
Nuestra sociedad se desmorona a nuestro alrededor, mientras el programa de la iglesia sólo apunta hacia adentro. Solo unos pocos salen diariamente a la batalla, mientras los más ¡ni siquiera saben que estamos en guerra!; creo que en lo más íntimo de su ser, no desean enterarse. Eso les comprometería y ese no era el plan.
Este es, amado y amada, un buen momento para reflexionar sobre las cosas que nos ocupan. ¿Son tan importantes como para alejarnos de las cosas que realmente cuentan? No dejemos que la prisa y el ajoro nos priven de disfrutar de nuestros hijos, pareja, padres, amigos. No cedamos a la tentación de darles el trato mínimo, de hablar solamente las cosas más triviales. Dediquemos tiempo de calidad para mantener y fortalecer nuestras relaciones más significativas; eso incluye dedicar tiempo valioso en la presencia de Dios.
Increíblemente, en nuestras iglesias se ha filtrado una cierta dosis de ese hedonismo irresponsable, dándole al entretenimiento un sitial por encima del crecimiento en la fe, el compromiso de cumplir con la gran comisión o lograr una educación que nos capacite para el ministerio. Nos sentimos con "derecho" a divertirnos, mientras nuestros hermanos cristianos en otros lugares del mundo, ni siquiera gozan de la libertad de leer una Biblia, o reunirse públicamente. Pero eso puede cambiar…
En las semanas y meses luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre, de forma milagrosa, miles de personas hallaron tiempo para asistir nuevamente a las iglesias. Es como si a los días siguientes de los ataques se le hubieran añadido, al menos, cuatro horas adicionales. Pero no fue así. Los viejos días de antes, los de 24 horas, eran los mismos de ese tiempo.
Lo que sucedió es que los ataques estremecieron las fibras de algunos corazones que se habían endurecido, o enfriado. Las razones o excusas para no acercarse a la casa de Dios, y por supuesto, a Dios mismo, cayeron como inútiles e ineficaces ante lo que parecían ser los tiempos del fin.
Pasaron los primeros meses y ahora que han pasado varios años, hemos vuelto a la misma frialdad, insensibilidad e indiferencia de los tiempos de antaño. Se me ocurre preguntar, ¿qué es lo que nos mueve? ¿el miedo? ¿la posibilidad de ir al infierno? ¿un corazón agradecido de Dios? Obviamente, esa respuesta es tan individual como las huellas digitales. Seguimos con las mismas excusas para no estar en el centro de la voluntad de Dios y eso se refleja en las cosas que hacemos y en las que no hacemos y debiéramos hacer.
Nuestra sociedad se desmorona a nuestro alrededor, mientras el programa de la iglesia sólo apunta hacia adentro. Solo unos pocos salen diariamente a la batalla, mientras los más ¡ni siquiera saben que estamos en guerra!; creo que en lo más íntimo de su ser, no desean enterarse. Eso les comprometería y ese no era el plan.
Este es, amado y amada, un buen momento para reflexionar sobre las cosas que nos ocupan. ¿Son tan importantes como para alejarnos de las cosas que realmente cuentan? No dejemos que la prisa y el ajoro nos priven de disfrutar de nuestros hijos, pareja, padres, amigos. No cedamos a la tentación de darles el trato mínimo, de hablar solamente las cosas más triviales. Dediquemos tiempo de calidad para mantener y fortalecer nuestras relaciones más significativas; eso incluye dedicar tiempo valioso en la presencia de Dios.
Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas , cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos. Jeremías 6:16.
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga. Mateo 11:27, 28
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